jueves, 4 de julio de 2019

El extraordinario suceso de la Fuente Santa de las Cuatro Villas I




Capítulo VIII:   El relato de la Fuente Santa.1






D
on Diego continuó: Alí-menón, aunque por su formación pertenecía a la avanzada cultura califal era muy fiel a su religión, el islam de Mahoma, y esto le llevaba a mantener en su fuero interno un cierto recelo hacia los cristianos mozárabes que habitaban en su reino.
Por otro lado, este Rey también era fiel al mandato político que había asumido del Califato que, aunque cercano, ya fuese un recuerdo, admitía la presencia de los cristianos y el cumplimiento de sus ritos y cultos que ejercían en una ermita muy antigua que se erigió en Iznatoraf antes de llamarse Hisn Al Turab, en la época de las persecuciones religiosas de Diocleciano allá por el tercer siglo después del nacimiento de Jesús el Cristo.
 Perdonad que le interrumpa- intervino Diego que al igual que Elisa estaban encantados con la claridad de ideas y conocimientos que exhibía don Pedro en su relato. ¿No es por esa época cuando tuvo lugar por estas tierras el primer concilio que en la Hispania romana se celebró?
 Exactamente amigo Diego- contestó don Pedro al tiempo que en su cara se adivinaba la satisfacción de estar ante dos interlocutores cultos que además se interesaban por su relato. Eso ocurrió en la ciudad de Elvira, que ahora se llama Granada, en los primeros años anteriores a la gran persecución y allí precisamente los dirigentes de la Iglesia Católica, uno de los cuales era el Obispo de Mentesa, representante de los cristianos de estas tierras donde nos encontramos, se reunieron para atajar la confusión que se estaba creando entre el paganismo y el cristianismo prohibiendo entre otras cosas el culto a las imágenes.
Pues como digo, había una Ermita que Alí-menón respetaba, donde los Cristianos Mozárabes rendían culto a una imagen que representaba a la madre de Jesús el Cristo, a la que llamaban “Santa María” y a la que atribuían “con ardiente amor la realización de mil socorros de la Divina Gracia” según ellos decían sin mencionar en ningún momento la palabra “milagro”. Esta imagen era, según me contaron mis abuelos, una reproducción tosca de una pintura que San Hisicio de Cazorla o tal vez alguno de los llamados “Santos barones apostólicos” trajo directamente desde Jerusalén cuando acompañaron al Apóstol Santiago, según decís los cristianos, a la entonces joya del Imperio Romano que era conocida como Hispania.
Don Pedro pensando por un momento que con sus apostillas y comentarios pudiese herir la sensibilidad religiosa de aquella encantadora pareja que tenía ante sí, haciendo una pausa como si con ella quisiera apaciguar al molesto coro de pertinaces chicharras veraniegas, que ya resultaban molestas por su insistencia, dijo:
Perdonad queridos amigos si mis comentarios pueden resultarles hirientes para su sensibilidad religiosa. Ya sabéis que yo como  perteneciente a la religión Judía no participo en los ritos ni en muchas de las creencias Cristianas, lo cual no significa que a estos ritos y creencias, tanto judías como cristianas, les atribuya un lugar que solo puede ocupar la práctica religiosa verdadera que se desarrolla en el amor al prójimo a través de la limosna, comprensión o resistencia a los sermones como este que os estoy dando…, dijo jocosamente dando lugar a comedidas carcajadas de complicidad por parte de sus invitados que indicaban a todas luces su opinión sobre lo equivocado que estaba don  Pedro al declararse a sí mismo como sermonista aburridor de sus escuchantes.
Pues señor don Pedro, y no me equivoco al hablar también en nombre de mi marido - dijo Elisa -, al decirle que vuestra conversación goza de muchas virtudes difíciles de encontrar reunidas en una persona, sus amplios conocimientos, su claridad de exposición, su sinceridad y su delicadeza al pensar lo que nosotros podríamos pensar o deducir de algunas cosas de las que nos habla. Pero le diré más, sepa que nos está instruyendo en conocimientos muy necesarios para nuestra futura convivencia en esta población y sepa también que por encima de su saber y por encima de su decir, está su propia alma que flota en el ambiente inundando este lugar de paz y sabiduría. Así que, don Pedro hable lo que le plazca y como desee que nosotros estaremos encantados.
Mis sinceras gracias a los dos, dijo don Pedro antes de continuar con su charla. Como les decía Alí-menón no era amigo de los ritos cristianos, pero los consentía porque eran legales según las leyes vigentes que dictó el Califato.
Pero he aquí que el Rey estaba casado con una mora de alto rango y condición llamada Aixa, que gustaba de instruirse en los misterios y conceptos de la fe cristiana y de asistir en secreto, sin que su esposo lo supiera por temor a contrariarle. Esta instrucción la recibía de los mismos cristianos indigentes que, no pudiendo pagar tributo, no consiguieron el estatus de mozárabe por lo que pasaron, no tenían otro remedio, a ser muladíes, es decir, que renegaron de su religión para convertirse al islam, aunque hay que admitir que, en muchos casos, si no lo fue en la gran mayoría, se trataba de una renuncia de conveniencia pues en ello les iba la vida y no todo el mundo ha nacido para mártir. Pues como digo, ese grupo de muladíes que eran cristianos indigentes a los que Aixa socorría personalmente y ayudaba hasta donde la discreción le permitía, instruían a su reina con su conversación y comentarios entre ellos. Estos encuentros se producían una vez a la semana aproximadamente y casi siempre en viernes.
Una mirada de asombro se cruzó entre Elisa y Diego, parecía demasiada coincidencia, Diego que había aprendido de Elisa en el “Campo de las miserias” de la Iruela como se practicaba una religión al mismo tiempo que se ayudaba al prójimo a sobrellevar los sufrimientos, encontró coincidencias entre Aixa y Elisa y como un relámpago que pasa por la imaginación volvió a pensar una vez más que aquella conversación no era fruto de la casualidad y algo más profundo se amasaba en su interior. Elisa por su parte percibió el relámpago que cruzó la mente de Diego y daba gracias a Dios por la forma tan delicadamente excelsa en la que a ella y a Diego los conducía, insuflándoles en los momentos más necesarios el aliento de la fe y la esperanza para tomar una decisión correcta sobre el deseado traslado de Quesada a La Moraleja.  Don Pedro se dio cuenta de aquella complicidad entre el matrimonio y no quiso ser indiscreto por lo que continuó, tras una breve pausa, la necesaria para consultar con su reloj de arena la hora en la que estaban. Habían transcurrido ya dos horas desde que terminaron de cenar y las sombras del atardecer impedían ver ya la silueta de Chiclana, un poco sí que se distinguía la de Sorihuela y aún era patente, mirando hacia la izquierda de aquella hermosa terraza, la silueta del gran Hisn Al Turab, Torafe, el padre de La Moraleja.  
Los encuentros de los viernes entre la reina Aixa y los indigentes cristianos muladíes se realizaban fuera del recinto amurallado, según dicen, en una pequeña cueva al abrigo de un montículo existente a medio camino entre La Moraleja e Iznatoraf al que ahora se le conoce como “el mojón del Santo Espíritu” desde donde se divisa La Moraleja. También otras veces se reunían en las proximidades de lo que hoy es la “venta Carlicos”, donde vosotros estáis hospedados, en un lugar bastante oculto bajo un bosque de álamos donde había y sigue habiendo una fuente abundante con cristalino manantial procedente de las exudaciones acuosas de un gran acuífero que existe bajo el monte de Iznatoraf. Hoy en este lugar existe una ermita de buenas proporciones, aunque en no muy buen estado de conservación que fue construida en los tiempos a los que se refiere este relato que os estoy contando y en el que más adelante comprenderéis la razón de su construcción.
Portada del libro editado en 1669 en el que  se narran
  los hechos acaecidos en la comarca de las cuatro
 Villas entre los años 1010 y 1264 aproximadamente
Como siempre pasa, no hay secreto que no acabe sabiéndose así que llegó a oídos de Alí-menón la existencia de tales encuentros por boca de los aduladores que supieron dar las modificaciones y adornos necesarios a la verdadera actividad de la reina para intrigar y hacer enfurecer al Rey. Para ello, sabedores de la extraordinaria belleza de Aixa, de su exuberante juventud y de la edad ya un tanto avanzada de Alí-menón así como de su condición de hombre celoso, le contaron con detalle que la reina abandonaba el palacio en secreto todos los viernes para reunirse con un amante muladí que había jurado en falso su adhesión a la religión del Profeta y que a estas  entrevistas la reina acudía disfrazada a un lugar que no siempre era el mismo pero donde se reunían además otros  muladíes que le servían de coartada para disimular su deslealtad e infidelidad al glorioso Alí-menón.
Pasados unos días el propio Rey fue guiado por sus aduladores y un cortejo de soldados hasta la cueva del mojón donde, efectivamente, pudo ver a la reina vestida como una mujer mozárabe más, y como en el interior de la cueva permanecía sentada en el suelo hablando con un grupo de indigentes muladíes mientras repartía viandas que extraía de un cesto repleto llevado por un joven con apariencia de cristiano a juzgar por su aspecto y sus modales. Oculto el Rey tras unos arbustos próximos pudo observar a su esposa la reina y, cegado por unos celos locos y sin fin, se sintió herido y humillado y, retirándose unos pasos lejos de la cueva, mandó a su guardia que apresaran a todos los presentes en aquella reunión y los subieran a Iznatoraf en gran secreto encerrándolos en celdas separadas a la mujer que había sentada en el suelo y al joven que sostenía la cesta.
Al día siguiente visitó al joven en la prisión que había en unos subterráneos de la torre central y le preguntó por sus amores con la reina, como el joven negara semejante acusación, hizo llamar el Rey a los aduladores que le habían contado lo que ocurría entre los cuales estaban el Visir y el Cadí de su corte, dándoles la instrucción de que se encargasen de conseguir una declaración escrita firmada por el joven en la que manifestara la certeza de lo que ellos le habían contado.
El desafortunado joven sufrió atroz tortura hasta conseguir una declaración afirmativa de todo lo que se le imputaba. Como antes de morir el joven no tenía fuerzas ni posibilidad alguna de escribir nada, el Cadí y el Visir pagaron a varios testigos falsos para que con su firma testificasen la veracidad de lo declarado por el joven. El resto de presos que eran los acompañantes de la Reina en la cueva del mojón del Santo Espíritu el día anterior, quedaron encerrados sin explicación alguna. La orden del Rey era tajante, si alguien hablase una sola palabra sobre lo sucedido le cortaría la cabeza. Aquello no podía saberlo nadie, era secreto de Estado porque, si se supiese, Alí-Menón quedaría en entredicho ante los demás régulos de otras Taifas dado que se trataba nada menos que de un presunto adulterio, para Alí-Menón una penosa certeza, de su esposa Aixa, la mismísima Reina.
Cuadro dibujado por el gran pintor Villanovense,  Nula,
 que probablemente sea  copia del antiguo
 grabado que existía en el Santuario de la Fuensanta,
Pasados tres largos días de meditación, su enojo era muy superior a la ceguera que los celos provocaban en su cerebro por lo que tomó una drástica solución: En el amanecer del día 8 de septiembre de aquel año, llamó al capitán de su escolta personal para darle las instrucciones necesarias que debería de cumplir en el más estricto secreto bajo pena de muerte inmediata para él y para todos los soldados. Deberían de bajar a la mazmorra donde estaba la prisionera que mandó encarcelar el mismo; sin mirarla a la cara y en plena oscuridad, tenían que vendarle los ojos y además ponerle una capucha de modo que ni viese ni pudiese ser vista. El Cadí y el Visir irían con ellos en la comitiva y serían los encargados de darle el resto de las instrucciones necesarias para llevar a cabo aquella misión.
La pena que el Rey impuso a su esposa, sin más juicio ni consideración que la confesión de aquel cristiano desgraciado tuvo que hacer en medio de la tortura, la decidió junto con sus malvados colaboradores en aquel asunto. Eligieron una pena que no era nada habitual entre los musulmanes, solo se aplicaba por delitos muy graves desde la época de los visigodos a aquellos miembros de muy alto rango en la administración del Estado o incluso a príncipes de la misma familia real que habían cometido alguna ofensa singular o eran reos de traición…
    Don Pedro hizo otra pausa como queriendo demorar o eludir tener que narrar la pena a la que fue condenada la esposa de Alí-menón, ofreciendo a sus invitados una copa del exquisito vino que el mismo fabricaba con la uva, escasa, pero de gran calidad que cultivaba en un pequeño trozo de tierra cerca del rio Guadalimar y en el que además había ordenado plantar el árbol de moda: olivos traídos de una zona próxima entre Mogón, y la Torre de Mingo Priego.  Diego y Elisa que estaban completamente absorbidos por la narración y no reparaban en el paso del tiempo tardaron en reaccionar y agradecer a don Pedro aquel vino exquisito que les ofrecía.  Elisa tomó la palabra para comentar algo sobre la narración interrumpida en su momento más culminante.
Estoy fascinada por la figura de Aixa, creo que su actitud es muy representativa de cómo funcionan las cosas cuando se tiene el poder, pero no se puede ejercer. El corazón de aquella mujer sufría por su prójimo y ella, si hubiese tenido el poder que se puede pensar que es propio de una Reina, habría utilizado los medios necesarios para redimir de la pobreza a esos necesitados que, además eran practicantes de la religión islámica por su condición de Muladíes. Creo que al Rey no le interesaban ni los que pasaban miserias ya fueran musulmanes o cristianos, ni la propia Reina, ni tenia conciencia de que su poder no sería nada si Alá no se lo permitiese. Aquel hombre solo pensaba en sí mismo, en su prestigio personal, en la humillación que podría derivarse de aquel presunto adulterio y por eso y solo por eso, sin exigir justicia siquiera, fue capaz de castigar a personas que nada tenían que ver con sus perversas alucinaciones, pero por favor don Pedro siga con su relato.
Sin duda, dijo don Pedro antes de continuar: les veo bastante interesados, deduzco por su interés que algún tipo de afinidad debe existir entre la actitud de la reina Aixa y vuestra actitud ante los desamparados.
Imagen de Santa María dibujada
en una de las miniaturas incluida s en la
 Cantiga 186 E del rey Alfonso X titulada
"poder a Santa María"
    Diego y Elisa esgrimieron una pálida sonrisa al tiempo que se cogían de la mano, don Pedro percibió que un nudo se le colocaba en la garganta como si algún efluvio procedente del corazón común de aquellas dos criaturas se hubiese posado en el suyo. Adivinó la excepcionalidad de sus interlocutores y de forma intuitiva, pero certera, tomo una decisión firme en el mismo momento que la mirada del matrimonio, como una saeta inofensiva, le atravesó el pecho de parte a parte. Se dijo a si mismo que les ayudaría en todo lo que ellos necesitasen, para que se quedasen en La Moraleja.

Pues como os decía, el castigo que aquellos bárbaros de las regiones de la estepa de más allá del Danubio daban a los traidores era el de la muerte a través del más cruel de los castigos que era la combinación de la pena moral con la física, así hizo Wanda con el tirano Paulo o Witiza con Teodofredo el padre de don Rodrigo o este a su vez con don Ramiro etc... Los castigos consistían en dejarles morir después de cortarle los pies o sacarles los ojos o atrocidades similares que pueden herir la sensibilidad de la persona menos sensible del mundo.

El Rey moro Alí-menón junto con sus compinches y vasallos el Cadí y el Visir superaron a los visigodos que emulaban, ordenando que a Aixa le sacasen los ojos, le cortasen las manos y la vendasen para que no perdiera la sangre con rapidez y la dejasen abandonada en el bosque para que allí muriese de dolor y de hambre, devorada por las fieras o por ambas cosas. Esta fue la decisión que los magnates de Hisn Al Turab consideraron más justa para aliviar el sufrimiento del Régulo Alí-menón.
Pero ¡cómo se puede ser tan cruel, tan injusto y tan torpe al mismo tiempo!, clamó Diego sin reparar que con ello interrumpía a don Pedro.
Querido amigo, a ninguno de los presentes nos parece inteligente, justa ni bondadosa la actuación del Rey, pero así es lo que se ha transmitido de boca en boca, de padres a hijos en La Moraleja, Chincoya, Sorihuela o en la Torre de Mingo Priego además de Iznatoraf. En todas partes este hecho es comentado y recibido en la misma forma.

  Don Pedro continuó con la narración:  El cruel castigo había que ejecutarlo, pero el Rey no podía consentir que aquello fuese conocido por lo que volvió a insistirles al Cadí y al Visir en el carácter confidencial y secreto de la misión bajo pena de muerte no solo a los guardias ejecutores sino también para ellos. Así que aquel día 8 de septiembre la nefasta comitiva compuesta por el Cadí, el Visir, el capitán y ocho soldados de a pie sacaron de la mazmorra a una mujer temblorosa que casi ni se le oía respirar cubriéndole la cabeza con una capucha negra. Solo el Visir y el Cadí sabían quién era aquella mujer o al menos eso pensaban ellos.

 El capitán era almohade benimerín nacido en las tierras africanas y de los ocho soldados solo dos eran de su misma procedencia y el resto eran muladíes unos de Hisn Al Turab y otros de La Moraleja. El triste cortejo abandonó la fortaleza por la puerta del arrabal, pero el destino aún no lo tenía claro el capitán, quien decidió mientras la comitiva avanzaba bajando por la cuesta, que el mejor lugar era un montículo a media distancia entre la fortaleza y La Moraleja por haber allí una pequeña cueva donde se podría realizar la trágica operación sin ser vistos desde Iznatoraf.  Enseguida llegaron al montículo que no era otro que “el mojón del Santo Espíritu” que ya os he dicho. La reina permanecía inmóvil pero no pudo resistirse al miedo que por unos momentos hizo presa de su ser así que gritó ¿qué vais a hacer conmigo? ¿por qué esta tortura?, matadme de una vez, pero por favor os lo pido ¿de qué me acusáis?, ¿por qué motivo estoy aquí?

Nadie le respondió, solo uno de los soldados muladíes llamado Josué le habló porque no aguantaba aquella situación y sobre su conciencia golpeaba el sentimiento de la ignominia: No temáis señora Aixa no tengáis miedo… El Cadí y su amigo el Visir se miraron con asombro y en el fulgor de la indignación sin palabras acordaron que a aquel idiota muladí había que eliminarlo. Fue el Cadí quien le dijo al capitán que nada más terminar con la mujer había que cortar la cabeza a aquel osado por desvelar la personalidad de la Reina y le ordenaba hacerlo con la seguridad de que si una sola palabra más se pronunciaba sobre aquello, todos morirían de la misma manera.

Decidieron también, después del inconveniente, que era prudente alejarse más de la fortaleza para llevar a cabo los dos macabros asesinatos previstos. Se desviaron hacía un lugar conocido como la fuente de los Caños de donde partía un camino que conducía hasta donde ahora está la venta de Carlicos y desde allí se adentraron enseguida en el bosque impenetrable que se prolonga hasta la Moratilla y en medio del cual está la fuente del Alto que manaba en abundancia.

Se refería don Pedro al lugar donde existía ya una ermita que se conocía como la ermita de la Fuente Santa.  Elisa y Diego escuchaban con mucha atención porque iban asimilando con la minuciosa y pausada descripción de don Pedro, hombre de reconocido conocimiento y cultura, que aquel relato se correspondía con una realidad fuerte que palpitaba en el corazón de aquellas gentes del pueblo aún después de dos siglos.

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