martes, 22 de enero de 2019


La Moraleja, Cora de Yayyân (Jaén), 
viernes tres de junio del año 1239…

Hacía ya cuatro años del histórico suceso de la caída de Úbeda. Todos los habitantes de La Moraleja y demás poblados de la comarca incluido el propio Hins al Turab, celebraron con júbilo la capitulación de las autoridades Almohades que en 1235 entregaron al Rey Fernando las llaves de la Ciudad en un acto lleno de solemnidad celebrado junto al arco de la puerta del Arrabal. Allí, sin violencia, las autoridades Almohades residentes en la ciudad amurallada de Hins al Turab cedieron el poder al Reino de Castilla declarándose vasallos.
Había empezado una nueva etapa en la vida de la Moraleja.

Aquella mañana de junio, con la primavera a punto de agonizar, por el color del cielo, se anunciaba tormenta para la tarde.
Hisn al Turab, al que ya se empezaba a conocer como Iznatoraf, Iznatorafe o simplemente Torafe, tenía capote y eso quería decir que a lo largo del día casi seguro que habría tormenta.

Las aves rapaces, aquel día estaban más revueltas de lo normal emitiendo unos graznidos espeluznantes que alertaban a los gazapos e incluso a algún ciervo que volvía apresurado a su refugio en el bosque cercano de la Moratilla después de haber abrevado en el arroyo de la fuente seca que paradójicamente, bajaba desde Iznatorafe bastante generoso.

Samuel López Vélez de 15 años de edad vivía en la Moraleja con su madre Macrina Vélez de Quesada y su hermana Isabel en una modesta casa situada cerca de la Fuente de las Minas. Su padre murió antes de su nacimiento como consecuencia de las heridas que sufrió en la atalla de Las Navas en el año 1212.

Ese día había salido muy temprano camino del Mojón del Santo Espíritu para empezar la faena en el campo que la familia tenía en propiedad ocupándolo casi por completo.
Menos de quince minutos tardó en llegar Samuel con la mula al mojón y ponerse a trabajar. Mientras segaba y preparaba los hatillos  de cebada daba rienda suelta a su imaginación cavilando sobre el origen y el porqué de las cosas, por qué y cómo podía ser que Iznatorafe, tan cercano a la Moraleja estuviese tan alto en tan poca distancia ¿era porque Iznatorafe había subido o porque la Moraleja había bajado?, observaba la naturaleza y soñaba con un lugar llamado  Mar, algo extraordinario e imponente del que había oído hablar a  algunos mayores de la Moraleja que sabían de la existencia  de unos artilugios parecidos a carros enormes pero sin ruedas llamados barcos, con los que podían  moverse y avanzar en medio de  aguas inmensas que parecían no tener fin porque mirases por donde mirases solo veías agua y horizonte.

Era viernes 3 de junio del año 1239, según los cálculos que hacía Samuel observando el desplazamiento de la sombra que una rama del árbol proyectaba sobre el suelo, habían pasado unos diez minutos de la hora de tercia (las nueve de la mañana) o sea, casi tres horas desde que llegó y se puso a trabajar en el campo del Mojón del Santo Espíritu.

El estómago empezó a reivindicar sus derechos y el, presto a hacerle caso, se sentó en una piedra junto a su entrañable compañera, la mula, y   sacando  del zurrón las viandas que le preparó su hermana Isabel y el botijo de agua de uno de los serones del aparejo del animal se dispuso a almorzar junto a la pequeña cueva conocida como “la cueva de  Aixa” pero que era lo suficientemente grande y oscura como para poder refugiarse en su interior cuando el calor apretaba en las horas de la siesta o resguardarse de la lluvia cuando fuese necesario. Desde allí se divisaba la Moraleja, sus casas aisladas y sus tres grandes brazos de casas unidas que como rosarios cristianos se extendían por los desniveles del terreno.
Sin previo aviso una brisa creciente empezó a mover las hojas primero y las ramas de la encina después a pesar de que no se apreciaba nube alguna, incluso las que formaban el capote mañanero de Iznatorafe que ya se había difuminado en el limpio horizonte que delimitaban allá al fondo las sierras de color azul morado, llamadas las sierras de la Orospeda, del cielo de azul celeste rabioso.

La sombra de la rama, a pasos agigantados, se iba haciendo menos nítida y más oscura, los graznidos de las rapaces desaparecieron bruscamente dejando paso al alocado cacareo de las gallinas de algún corral cercano que se elevaban al cielo como un grito de terror al tiempo que, primero tímidamente, y luego sin parar, salían de la cueva cientos de murciélagos con sus miles de estridentes chillidos que alocados y desconcertados buscaban la noche a destiempo.

Las gallinas, histéricas, no paraban de cacarear y un manto de oscuridad al cabo de pocos minutos empezaba a inundar el aire fresco de la mañana.
No habría pasado media hora después de la tercia cuando el cielo azul rabioso se oscureció por completo ocultando los campos y el horizonte nítido para poder exponerle a Samuel el inusitado paisaje que igual que en las noches cerradas del verano podía contemplar viendo con sus ojos atónitos   las estrellas del cielo de aquel día, pero a las diez de la mañana.


Samuel estaba absolutamente desconcertado, ¿sería que ya llegaba el fin del mundo del que tanto hablaban en la Moraleja cuando por las noches se sentaban al fresco los mayores y contaban historias y leyendas fabulosas?
 La mula como enloquecida saltaba a pesar de que tenía trabadas las patas delanteras, rebuznando y coceando en su desesperación y desconcierto como respuesta a aquel prematuro anochecer.

Desde la Moraleja, como ánimas en pena, subían los gritos desgarrados de aquellas gentes temerosas que corrían a refugiarse ante la gran desgracia que se avecinaba mientras que hasta el mojón llegaba con claridad el repicar de la recién inaugurada campana de la iglesia de la Asunción en Torafe, llamando a la oración con un anticipado y nervioso repiqueteo que emulaba al toque de Ángelus.





Samuel, sumido en aquel caos, rezaba el Páter Noster en el más puro latín que le había enseñado su maestro el maese Don Gil y que había practicado bajo la tutela de su madre. Se sintió solo sobre aquel montículo del Santo Espíritu y cuando su atropellado rezo terminó le empezaron a asaltar precipitadas consideraciones en medio del singular momento que estaba viviendo:
¿Por qué se llamaría así al Mojón, Santo Espíritu?, ¿Por qué compró su padre aquel trozo de tierra precisamente allí?, ¿tendría algo que ver la cueva de la Aixa con la adquisición de ese terreno?... ¿Sería verdad todo lo que se decía sobre la Fuente Santa y su relación con la cueva?...
Mientras la mula gemía resignada ante la desgracia que su natural instinto le hacía presentir, Samuel, que en los primeros instantes de desconcierto total llegó a pensar que había llegado su fin, sintiéndose solo, desamparado, y necesitando consuelo, pues aún era más niño que hombre,  de forma natural y casi instintiva invocó con toda su alma y todo su ser a su padre, aquel hombre bueno, héroe de sus sueños al que nunca conoció pero siempre lo quiso  y que ahora por primera vez en su vida lo necesitaba más que nunca.

También recordó Samuel las explicaciones de su madre, Macrina, a cerca de Jesús el Cristo que fue condenado a muerte de cruz y que nada más expirar un viernes, entre la hora de sexta y nona el sol se volvió negro como la boca de un lobo cubriéndose la tierra de tinieblas sobre la ciudad de Jerusalén al mismo tiempo que los malvados artífices de su muerte gritaban que aquel hombre realmente era hijo de Dios
.

Aquello empezaba a encajar, el pesimismo y la tristeza inundaba su corazón creyendo que de un momento a otro todo se habría terminado.

Resultado de imagen de el eclipse de solSin embargo, en medio del azoramiento y confusión que sentía, recordó lo que un día le explicó su maestro el maese Don Gil sobre el movimiento de los astros, que eran redondos como una manzana y que la luna, si en su movimiento se colocaba entre él sol y la tierra, no nos dejaría ver el sol. Eso es lo que parecía estar pasando y la oscuridad podría ser la propia sombra de la luna proyectada sobre la tierra. Ese fenómeno por lo tanto no era nuevo, se trataría de un eclipse de sol, pero no había duda de que era algo extraordinario y sobrecogedor que podría ser un presagio de que algo importante iba a suceder.Ante estos pensamientos y como si de otro eclipse dentro del que ya estaba presente se tratase, pudo percibir como una voz interior cálida e íntima se deslizaba hasta el oído de su propio corazón y usando un tono bajo, pero con inmensa fuerza y determinación le decía:

. - “La muchedumbre de los hombres corrientes no saben ver la luz que brilla en el cielo, pero tú, hijo mío, aún dentro de esta oscuridad u otras oscuridades más profundas aún, deberás de saber encontrar y abrazar la luz que siempre brilla en tu propio corazón.”

El mensaje no podía ser más claro y aunque Samuel nunca había leído al gran Maimónides y tampoco escuchó jamás la voz de su padre, sabía que ese sentimiento en forma de voz, daba igual su procedencia, expresaba un mensaje que su padre le mandaba como respuesta a la llamada de auxilio que le había pedido unos minutos antes.
Toda la consternación duró apenas media hora y cuando las gallinas dejaron de cacarear y los murciélagos volvieron a la cueva, el orgulloso canto del gallo anunció un prometedor amanecer en la vida de Samuel.

Aquel viernes de junio ninguna de las personas que vivían en la Moraleja lo olvidarían fácilmente por la sensación de impotencia en la que se vieron sumidos y su absoluta incapacidad para reaccionar. Aquello estaba más allá de lo previsto.
Unos pensaron que podría ser un aviso del Dios Alláh sobre el castigo que se avecinaba por haberse rendido ante los cristianos entregándoles sin lucha las tierras de Hisn al Turab.
 Otros pensaban que era un primer aviso que el Dios Yahveh les enviaba reclamándoles mayor vigilancia ante una posible vuelta del enemigo que durante tanto tiempo les había coartado su libertad religiosa.
Otros adivinaban que aquello era una forma de lenguaje que Cristo el Salvador utilizaba a modo de parábola visible para advertir a la humanidad sobre la inminente llegada del fin del mundo prevista en el Apocalipsis de San Juan...

Samuel, nacido en la Moraleja,  sabía que aquel día empezaba a ser hombre…

No hay comentarios:

Publicar un comentario