Capítulo VIII: El relato de la Fuente
Santa.1
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Diego continuó: Alí-menón, aunque por su formación pertenecía a la avanzada
cultura califal era muy fiel a su religión, el islam de Mahoma, y esto le
llevaba a mantener en su fuero interno un cierto recelo hacia los cristianos mozárabes
que habitaban en su reino.
Por otro lado, este Rey también era fiel al mandato
político que había asumido del Califato que, aunque cercano, ya fuese un recuerdo,
admitía la presencia de los cristianos y el cumplimiento de sus ritos y cultos
que ejercían en una ermita muy antigua que se erigió en Iznatoraf antes de
llamarse Hisn Al Turab, en la época de las persecuciones religiosas de
Diocleciano allá por el tercer siglo después del nacimiento de Jesús el Cristo.
Perdonad que le
interrumpa- intervino
Diego que al igual que Elisa estaban encantados con la claridad de ideas y conocimientos
que exhibía don Pedro en su relato. ¿No
es por esa época cuando tuvo lugar por estas tierras el primer concilio que en la
Hispania romana se celebró?
Exactamente
amigo Diego-
contestó don Pedro al tiempo que en su cara se adivinaba la satisfacción de
estar ante dos interlocutores cultos que además se interesaban por su relato. Eso ocurrió en la ciudad de Elvira, que
ahora se llama Granada, en los primeros años anteriores a la gran persecución y
allí precisamente los dirigentes de la Iglesia Católica, uno de los cuales era
el Obispo de Mentesa, representante de los cristianos de estas tierras donde
nos encontramos, se reunieron para atajar la confusión que se estaba creando
entre el paganismo y el cristianismo prohibiendo entre otras cosas el culto a
las imágenes.
Pues como digo, había una Ermita que Alí-menón
respetaba, donde los Cristianos Mozárabes rendían culto a una imagen que
representaba a la madre de Jesús el Cristo, a la que llamaban “Santa María” y a
la que atribuían “con ardiente amor la realización de mil socorros de la Divina
Gracia” según ellos decían sin mencionar en ningún momento la palabra “milagro”.
Esta imagen era, según me contaron mis abuelos, una reproducción tosca de una
pintura que San Hisicio de Cazorla o tal vez alguno de los llamados “Santos
barones apostólicos” trajo directamente desde Jerusalén cuando acompañaron al
Apóstol Santiago, según decís los cristianos, a la entonces joya del Imperio
Romano que era conocida como Hispania.
Don Pedro
pensando por un momento que con sus apostillas y comentarios pudiese herir la
sensibilidad religiosa de aquella encantadora pareja que tenía ante sí,
haciendo una pausa como si con ella quisiera apaciguar al molesto coro de pertinaces
chicharras veraniegas, que ya resultaban molestas por su insistencia, dijo:
Perdonad queridos amigos si mis comentarios pueden
resultarles hirientes para su sensibilidad religiosa. Ya sabéis que yo
como perteneciente a la religión Judía
no participo en los ritos ni en muchas de las creencias Cristianas, lo cual no
significa que a estos ritos y creencias, tanto judías como cristianas, les
atribuya un lugar que solo puede ocupar la práctica religiosa verdadera que se
desarrolla en el amor al prójimo a través de la limosna, comprensión o
resistencia a los sermones como este que os estoy dando…, dijo jocosamente dando
lugar a comedidas carcajadas de complicidad por parte de sus invitados que
indicaban a todas luces su opinión sobre lo equivocado que estaba don Pedro al declararse a sí mismo como sermonista
aburridor de sus escuchantes.
Pues señor don Pedro, y no me equivoco al hablar
también en nombre de mi marido - dijo Elisa -,
al decirle que vuestra conversación goza de muchas virtudes difíciles de
encontrar reunidas en una persona, sus amplios conocimientos, su claridad de
exposición, su sinceridad y su delicadeza al pensar lo que nosotros podríamos
pensar o deducir de algunas cosas de las que nos habla. Pero le diré más, sepa
que nos está instruyendo en conocimientos muy necesarios para nuestra futura
convivencia en esta población y sepa también que por encima de su saber y por
encima de su decir, está su propia alma que flota en el ambiente inundando este
lugar de paz y sabiduría. Así que, don Pedro hable lo que le plazca y como
desee que nosotros estaremos encantados.
Mis sinceras gracias a los dos, dijo don Pedro antes de
continuar con su charla. Como les decía
Alí-menón no era amigo de los ritos cristianos, pero los consentía porque eran
legales según las leyes vigentes que dictó el Califato.
Pero he aquí que el Rey estaba casado con una mora de
alto rango y condición llamada Aixa, que gustaba de instruirse en los misterios
y conceptos de la fe cristiana y de asistir en secreto, sin que su esposo lo supiera
por temor a contrariarle. Esta instrucción la recibía de los mismos cristianos
indigentes que, no pudiendo pagar tributo, no consiguieron el estatus de mozárabe
por lo que pasaron, no tenían otro remedio, a ser muladíes, es decir, que
renegaron de su religión para convertirse al islam, aunque hay que admitir que,
en muchos casos, si no lo fue en la gran mayoría, se trataba de una renuncia de
conveniencia pues en ello les iba la vida y no todo el mundo ha nacido para mártir.
Pues como digo, ese grupo de muladíes que eran cristianos indigentes a los que
Aixa socorría personalmente y ayudaba hasta donde la discreción le permitía,
instruían a su reina con su conversación y comentarios entre ellos. Estos
encuentros se producían una vez a la semana aproximadamente y casi siempre en viernes.
Una mirada de
asombro se cruzó entre Elisa y Diego, parecía demasiada coincidencia, Diego que
había aprendido de Elisa en el “Campo de las miserias” de la Iruela como se
practicaba una religión al mismo tiempo que se ayudaba al prójimo a sobrellevar
los sufrimientos, encontró coincidencias entre Aixa y Elisa y como un relámpago
que pasa por la imaginación volvió a pensar una vez más que aquella
conversación no era fruto de la casualidad y algo más profundo se amasaba en su
interior. Elisa por su parte percibió el relámpago que cruzó la mente de Diego
y daba gracias a Dios por la forma tan delicadamente excelsa en la que a ella y
a Diego los conducía, insuflándoles en los momentos más necesarios el aliento
de la fe y la esperanza para tomar una decisión correcta sobre el deseado
traslado de Quesada a La Moraleja. Don Pedro
se dio cuenta de aquella complicidad entre el matrimonio y no quiso ser
indiscreto por lo que continuó, tras una breve pausa, la necesaria para
consultar con su reloj de arena la hora en la que estaban. Habían transcurrido
ya dos horas desde que terminaron de cenar y las sombras del atardecer impedían
ver ya la silueta de Chiclana, un poco sí que se distinguía la de Sorihuela y
aún era patente, mirando hacia la izquierda de aquella hermosa terraza, la
silueta del gran Hisn Al Turab, Torafe, el padre de La Moraleja.
Los encuentros de los viernes entre la reina Aixa y
los indigentes cristianos muladíes se realizaban fuera del recinto amurallado,
según dicen, en una pequeña cueva al abrigo de un montículo existente a medio
camino entre La Moraleja e Iznatoraf al que ahora se le conoce como “el mojón
del Santo Espíritu” desde donde se divisa La Moraleja. También otras veces se
reunían en las proximidades de lo que hoy es la “venta Carlicos”, donde vosotros
estáis hospedados, en un lugar bastante oculto bajo un bosque de álamos donde
había y sigue habiendo una fuente abundante con cristalino manantial procedente
de las exudaciones acuosas de un gran acuífero que existe bajo el monte de
Iznatoraf. Hoy en este lugar existe una ermita de buenas proporciones, aunque
en no muy buen estado de conservación que fue construida en los tiempos a los
que se refiere este relato que os estoy contando y en el que más adelante
comprenderéis la razón de su construcción.
Portada del libro editado en 1669 en el que se narran los hechos acaecidos en la comarca de las cuatro Villas entre los años 1010 y 1264 aproximadamente |
Pasados unos días el propio Rey fue guiado por sus
aduladores y un cortejo de soldados hasta la cueva del mojón donde,
efectivamente, pudo ver a la reina vestida como una mujer mozárabe más, y como
en el interior de la cueva permanecía sentada en el suelo hablando con un grupo
de indigentes muladíes mientras repartía viandas que extraía de un cesto
repleto llevado por un joven con apariencia de cristiano a juzgar por su
aspecto y sus modales. Oculto el Rey tras unos arbustos próximos pudo observar
a su esposa la reina y, cegado por unos celos locos y sin fin, se sintió herido
y humillado y, retirándose unos pasos lejos de la cueva, mandó a su guardia que
apresaran a todos los presentes en aquella reunión y los subieran a Iznatoraf
en gran secreto encerrándolos en celdas separadas a la mujer que había sentada
en el suelo y al joven que sostenía la cesta.
Al día siguiente visitó al joven en la prisión que
había en unos subterráneos de la torre central y le preguntó por sus amores con
la reina, como el joven negara semejante acusación, hizo llamar el Rey a los
aduladores que le habían contado lo que ocurría entre los cuales estaban el
Visir y el Cadí de su corte, dándoles la instrucción de que se encargasen de
conseguir una declaración escrita firmada por el joven en la que manifestara la
certeza de lo que ellos le habían contado.
El desafortunado joven sufrió atroz tortura hasta
conseguir una declaración afirmativa de todo lo que se le imputaba. Como antes
de morir el joven no tenía fuerzas ni posibilidad alguna de escribir nada, el
Cadí y el Visir pagaron a varios testigos falsos para que con su firma
testificasen la veracidad de lo declarado por el joven. El resto de presos que
eran los acompañantes de la Reina en la cueva del mojón del Santo Espíritu el
día anterior, quedaron encerrados sin explicación alguna. La orden del Rey era
tajante, si alguien hablase una sola palabra sobre lo sucedido le cortaría la
cabeza. Aquello no podía saberlo nadie, era secreto de Estado porque, si se
supiese, Alí-Menón quedaría en entredicho ante los demás régulos de otras
Taifas dado que se trataba nada menos que de un presunto adulterio, para Alí-Menón
una penosa certeza, de su esposa Aixa, la mismísima Reina.
Cuadro dibujado por el gran pintor Villanovense, Nula, que probablemente sea copia del antiguo grabado que existía en el Santuario de la Fuensanta, |
Pasados tres largos días de meditación, su enojo era
muy superior a la ceguera que los celos provocaban en su cerebro por lo que
tomó una drástica solución: En el amanecer del día 8 de septiembre de aquel
año, llamó al capitán de su escolta personal para darle las instrucciones
necesarias que debería de cumplir en el más estricto secreto bajo pena de
muerte inmediata para él y para todos los soldados. Deberían de bajar a la
mazmorra donde estaba la prisionera que mandó encarcelar el mismo; sin mirarla
a la cara y en plena oscuridad, tenían que vendarle los ojos y además ponerle
una capucha de modo que ni viese ni pudiese ser vista. El Cadí y el Visir irían
con ellos en la comitiva y serían los encargados de darle el resto de las
instrucciones necesarias para llevar a cabo aquella misión.
La pena que el Rey impuso a su esposa, sin más juicio
ni consideración que la confesión de aquel cristiano desgraciado tuvo que hacer
en medio de la tortura, la decidió junto con sus malvados colaboradores en
aquel asunto. Eligieron una pena que no era nada habitual entre los musulmanes,
solo se aplicaba por delitos muy graves desde la época de los visigodos a
aquellos miembros de muy alto rango en la administración del Estado o incluso a
príncipes de la misma familia real que habían cometido alguna ofensa singular o
eran reos de traición…
Don Pedro hizo otra pausa como queriendo
demorar o eludir tener que narrar la pena a la que fue condenada la esposa de
Alí-menón, ofreciendo a sus invitados una copa del exquisito vino que el mismo fabricaba
con la uva, escasa, pero de gran calidad que cultivaba en un pequeño trozo de
tierra cerca del rio Guadalimar y en el que además había ordenado plantar el
árbol de moda: olivos traídos de una zona próxima entre Mogón, y la Torre de
Mingo Priego. Diego y Elisa que estaban
completamente absorbidos por la narración y no reparaban en el paso del tiempo
tardaron en reaccionar y agradecer a don Pedro aquel vino exquisito que les
ofrecía. Elisa tomó la palabra para
comentar algo sobre la narración interrumpida en su momento más culminante.
Estoy fascinada por la figura de Aixa, creo que su
actitud es muy representativa de cómo funcionan las cosas cuando se tiene el poder,
pero no se puede ejercer. El corazón de aquella mujer sufría por su prójimo y
ella, si hubiese tenido el poder que se puede pensar que es propio de una Reina,
habría utilizado los medios necesarios para redimir de la pobreza a esos
necesitados que, además eran practicantes de la religión islámica por su
condición de Muladíes. Creo que al Rey no le interesaban ni los que pasaban
miserias ya fueran musulmanes o cristianos, ni la propia Reina, ni tenia
conciencia de que su poder no sería nada si Alá no se lo permitiese. Aquel
hombre solo pensaba en sí mismo, en su prestigio personal, en la humillación
que podría derivarse de aquel presunto adulterio y por eso y solo por eso, sin
exigir justicia siquiera, fue capaz de castigar a personas que nada tenían que
ver con sus perversas alucinaciones, pero por favor don Pedro siga con su
relato.
Sin duda, dijo don Pedro antes de continuar: les veo bastante interesados, deduzco por su interés que algún tipo de
afinidad debe existir entre la actitud de la reina Aixa y vuestra actitud ante
los desamparados.
Imagen de Santa María dibujada en una de las miniaturas incluida s en la Cantiga 186 E del rey Alfonso X titulada "poder a Santa María" |
Diego
y Elisa esgrimieron una pálida sonrisa al tiempo que se cogían de la mano, don Pedro
percibió que un nudo se le colocaba en la garganta como si algún efluvio
procedente del corazón común de aquellas dos criaturas se hubiese posado en el
suyo. Adivinó la excepcionalidad de sus interlocutores y de forma intuitiva,
pero certera, tomo una decisión firme en el mismo momento que la mirada del
matrimonio, como una saeta inofensiva, le atravesó el pecho de parte a parte.
Se dijo a si mismo que les ayudaría en todo lo que ellos necesitasen, para que
se quedasen en La Moraleja.
Pues como os decía, el castigo que aquellos bárbaros
de las regiones de la estepa de más allá del Danubio daban a los traidores era
el de la muerte a través del más cruel de los castigos que era la combinación
de la pena moral con la física, así hizo Wanda con el tirano Paulo o Witiza con
Teodofredo el padre de don Rodrigo o este a su vez con don Ramiro etc... Los
castigos consistían en dejarles morir después de cortarle los pies o sacarles
los ojos o atrocidades similares que pueden herir la sensibilidad de la persona
menos sensible del mundo.
El Rey moro Alí-menón junto con sus compinches y
vasallos el Cadí y el Visir superaron a los visigodos que emulaban, ordenando
que a Aixa le sacasen los ojos, le cortasen las manos y la vendasen para que no
perdiera la sangre con rapidez y la dejasen abandonada en el bosque para que
allí muriese de dolor y de hambre, devorada por las fieras o por ambas cosas. Esta
fue la decisión que los magnates de Hisn Al Turab consideraron más justa para aliviar
el sufrimiento del Régulo Alí-menón.
Pero ¡cómo se puede ser tan cruel, tan injusto y tan
torpe al mismo tiempo!, clamó Diego sin reparar que con ello interrumpía a don Pedro.
Querido amigo, a ninguno de los presentes nos parece
inteligente, justa ni bondadosa la actuación del Rey, pero así es lo que se ha
transmitido de boca en boca, de padres a hijos en La Moraleja, Chincoya,
Sorihuela o en la Torre de Mingo Priego además de Iznatoraf. En todas partes este
hecho es comentado y recibido en la misma forma.
Don Pedro continuó con la
narración: El cruel castigo había que ejecutarlo, pero el
Rey no podía consentir que aquello fuese conocido por lo que volvió a
insistirles al Cadí y al Visir en el carácter confidencial y secreto de la
misión bajo pena de muerte no solo a los guardias ejecutores sino también para
ellos. Así que aquel día 8 de septiembre la nefasta comitiva compuesta por el
Cadí, el Visir, el capitán y ocho soldados de a pie sacaron de la mazmorra a
una mujer temblorosa que casi ni se le oía respirar cubriéndole la cabeza con
una capucha negra. Solo el Visir y el Cadí sabían quién era aquella mujer o al
menos eso pensaban ellos.
El capitán era
almohade benimerín nacido en las tierras africanas y de los ocho soldados solo
dos eran de su misma procedencia y el resto eran muladíes unos de Hisn Al Turab
y otros de La Moraleja. El triste cortejo abandonó la fortaleza por la puerta
del arrabal, pero el destino aún no lo tenía claro el capitán, quien decidió
mientras la comitiva avanzaba bajando por la cuesta, que el mejor lugar era un
montículo a media distancia entre la fortaleza y La Moraleja por haber allí una
pequeña cueva donde se podría realizar la trágica operación sin ser vistos
desde Iznatoraf. Enseguida llegaron al
montículo que no era otro que “el mojón del Santo Espíritu” que ya os he dicho.
La reina permanecía inmóvil pero no pudo resistirse al miedo que por unos
momentos hizo presa de su ser así que gritó ¿qué vais a hacer conmigo? ¿por qué
esta tortura?, matadme de una vez, pero por favor os lo pido ¿de qué me
acusáis?, ¿por qué motivo estoy aquí?
Nadie le respondió, solo uno de los soldados muladíes llamado
Josué le habló porque no aguantaba aquella situación y sobre su conciencia
golpeaba el sentimiento de la ignominia: No temáis señora Aixa no tengáis
miedo… El Cadí y su amigo el Visir se miraron con asombro y en el fulgor de la
indignación sin palabras acordaron que a aquel idiota muladí había que eliminarlo.
Fue el Cadí quien le dijo al capitán que nada más terminar con la mujer había
que cortar la cabeza a aquel osado por desvelar la personalidad de la Reina y le
ordenaba hacerlo con la seguridad de que si una sola palabra más se pronunciaba
sobre aquello, todos morirían de la misma manera.
Decidieron también, después del inconveniente, que era
prudente alejarse más de la fortaleza para llevar a cabo los dos macabros
asesinatos previstos. Se desviaron hacía un lugar conocido como la fuente de
los Caños de donde partía un camino que conducía hasta donde ahora está la venta
de Carlicos y desde allí se adentraron enseguida en el bosque impenetrable que
se prolonga hasta la Moratilla y en medio del cual está la fuente del Alto que
manaba en abundancia.
Se refería don
Pedro al lugar donde existía ya una ermita que se conocía como la ermita de la
Fuente Santa. Elisa y Diego escuchaban
con mucha atención porque iban asimilando con la minuciosa y pausada
descripción de don Pedro, hombre de reconocido conocimiento y cultura, que
aquel relato se correspondía con una realidad fuerte que palpitaba en el
corazón de aquellas gentes del pueblo aún después de dos siglos.
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